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¿Podrán algún día los ordenadores funcionar con cerebros de verdad?

Un cerebro humano utiliza unos 20 vatios para crear conexiones entre 86.000 millones de neuronas.
Un cerebro humano utiliza unos 20 vatios para crear conexiones entre 86.000 millones de neuronas. Derechos de autor Unsplash
Derechos de autor Unsplash
Por Aylin Elci
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Un campo de investigación en auge, conocido como inteligencia organoide, intenta reproducir el cerebro humano para hacerse con el control de la IA.

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Mientras la investigación sobre inteligencia artificial (IA) generativa se extiende rápidamente, un puñado de científicos de todo el mundo trabaja ya en la próxima gran novedad: un campo que imagina ordenadores con cerebros reales, lo que se conoce como bioinformática.

Los modelos actuales de IA utilizan redes de un par de cientos de millones de neuronas, con neuronas extremadamente simplificadas, y requieren una cantidad significativa de energía.

Mientras tanto, un cerebro humano utiliza mucha menos energía para crear conexiones entre casi 90.000 millones de neuronas. Si las actuales empresas de inteligencia artificial quisieran replicar el número de conexiones del cerebro humano, necesitarían una central nuclear, según los expertos.

Esto se debe a que los modelos generativos de IA son sintéticos y necesitan electricidad para que las neuronas se comuniquen entre sí. La bioinformática propone un cambio de paradigma fundamental al utilizar neuronas biológicas reales.

"Estamos al principio de una revolución", explica a Euronews Next Fred Jordan, CEO y cofundador de Final Spark. En 2014, él y su colega, el doctor Martin Kutter, crearon una de las primeras empresas de bioinformática del mundo. Hoy es una de las tres corporaciones que trabajan en este campo, junto con Cortical Labs en Australia y Koniku en Estados Unidos.

Construir un ordenador pensante

Los bioordenadores son máquinas que utilizan neuronas vivas capaces de razonar como los humanos y crear ideas al margen de su propia experiencia. Se diferencian de programas de IA como ChatGPT, que sólo puede dar respuestas a partir del conocimiento que tiene en su propia base de datos.

"Desde que era adolescente, mi sueño era construir un ordenador pensante", dice Jordan, que hace tres años decidió que combinar inteligencia artificial y neurociencia ("campos que no suelen encontrarse") era la forma de alcanzar ese objetivo.

"El procesamiento de la información por el cerebro es increíblemente complejo, y los ordenadores digitales actuales no están a la altura", explica, "así que pensamos: ya que el hardware no es suficiente, cambiémoslo por neuronas vivas o wetware".

Jordan y su equipo trabajan con neuronas obtenidas mediante un método desarrollado hace 15 años que transforma células de piel humana en células madre, y luego en neuronas.

Pero nadie ha conseguido aún construir un bioordenador que supere el test de Turing, que evalúa si una máquina es inteligente y puede engañar a un haciéndole creer que es humana.

¿En qué punto se encuentra la investigación en bioinformática?

Final Spark trabaja con miles de neuroesferas (estructuras tridimensionales de neuronas vivas que son prototipos de bioordenadores, con menos neuronas y más estables) en las que viven 10 000 neuronas durante 100 días, un lapso de tiempo durante el cual Jordan y su equipo tratan de entender cómo entrenar esas neuronas.

El objetivo es conseguir que las neuroesferas realicen "tareas útiles", como aprender y memorizar información (lo que también se denomina neuroplasticidad), estimulando las neuronas mediante electrodos.

Pero no es tarea fácil, ya que cada neuroesfera es diferente. Por ahora, las neuroesferas de Final Spark sólo pueden almacenar un bit de información, "como un ordenador cuántico de hace 15 años". El mayor competidor de la empresa fue noticia recientemente por enseñar a neuronas vivas a jugar al Pong.

Aunque la bioinformática aún no se ha apoderado del mundo, Jordan espera que la investigación se acelere. "Todo nuestro trabajo son datos abiertos, porque creemos que el mayor riesgo no es nuestra competencia, sino no encontrar la solución adecuada a la bioinformática", afirma.

En los próximos meses, Final Spark se asociará con universidades de todo el mundo para que los estudiantes puedan realizar sus propias pruebas de estimulación con electrodos a distancia e intentar contribuir a la investigación sobre la neuroplasticidad.

"Espero que el año que viene seamos capaces de dominar ciertos aspectos del aprendizaje", afirma Jordan. "De momento, avanzamos en direcciones interesantes e innovadoras", asegura el investigador. 

¿Qué puede hacer la bioinformática?

El uso más evidente de la bioinformática ahora mismo es sustituir los procesadores sintéticos que utilizan las empresas de IA para reducir el consumo de energía entre "1 millón y 10 000 millones de veces", dice Jordan, refiriéndose a los datos del profesor Thomas Hartung, de Johns Hopkins, que trabaja en bioinformática con una comunidad de científicos de la que también forma parte Final Spark.

Las empresas de IA necesitan ampliar sus procesadores para cada nuevo modelo, y su huella de carbono también. En cambio, las neuronas y los bioordenadores pueden multiplicarse con facilidad y podrían eliminar gran parte de las emisiones del campo de la IA.

Jordan ya está en o con docenas de empresas del sector tecnológico. "Algunas entienden lo que intentamos conseguir, pero la mayoría simplemente no. Lo que hacemos les parece ciencia ficción", explica.

No obstante, Frontiers, una de las revistas de investigación más citadas del mundo, ha lanzado recientemente una sección sobre "inteligencia organoide".

"Este reconocimiento fue muy importante para mí, ya que realmente no había nada antes en la investigación que reconociera nuestra actividad", asegura Jordan.

Más allá de reducir el consumo de energía de algunas empresas de IA, lo que podrá hacer la bioinformática es "inimaginable", asegura el científico, "porque las neuronas se autoprograman".

"Simplemente no sabemos lo que los bioordenadores serán capaces de hacer", apunta Jordan. 

Cuando le preguntamos si podrán tomar el control de la humanidad contesta: "Los coches van más deprisa que los humanos y los ordenadores calculan más deprisa que los humanos, pero ni unos ni otros han sustituido a los humanos".

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